jueves, 25 de octubre de 2007

La libertad de Ser... Parte 1

Que utópica e ilegal esta inquietad humana por «hacer lo que en verdad sentimos y sentir lo que hablamos, por rendir a nuestras almas su propia y justa y libre libertad»[1] y digo, que si la libertad del ser empieza donde la ley nos determina como tales, entonces hablamos de un primer tipo de libertad que coarta al resto de las nuestras: el condicionamiento de nuestros actos civicos y morales dentro de la vida en sociedad. No es sorpresa por tanto, que existan tantos delincuentes “morales;” pobres diablos que no saben que formar parte del marco legal significa delimitar nuestra condición como hombres y mujeres aparentemente libres de hacer, pensar y decir lo que queramos.

Primero que nada, quisiera entender que por libertad no supongo el estado de derecho en que como individuo me puedo encontrar, es decir; la vaga idea de que soy libre porque ando por la calle caminando como si nada sin que nadie me diga a donde puedo ir ¾aunque yo tenga bien claro hasta donde puedo llegar. No, quiero referirme a la verdadera libertad: al coraje por decidir y a la pasión de sabernos perfectos de entender lo que somos o seremos a veces. ¿Hasta dónde soy capaz de llegar por hacer legítimos mis deseos, sueños y preferencias? Tengo derecho a mi soledad, a mi ambigüedad y a mi deserción. ¿O no?

Es paradojico como en muchas formas, antes que en otros niveles y aspectos de la vida, somos prisioneros de nosotros mismos. Desde la ama de casa sumisa que se limita a recibir el gasto de manos de su proveedor, a hacer la comida, cuidar de los niños y tener la casa impecable hasta el otro, que no puede salir a la calle y divertirse de noche como cualquiera porque su religión dice que es un pecado. Y no es en afan de dramatizar que puntualizo que existen personas que viven a la sombra de las expectativas de lo que sus progenitores han de trazar como una pauta de conducta y destino para sus vidas; la madre abnegada que dice a su hija “debes casarte con un hombre rico y de provecho, un hombre bueno que te haga feliz” cuando la niña tiene otras aspiraciones en la vida como hacer una carrera universitaria o viajar por el mundo en bicicleta por ejemplo, o que tal aquel que dijo “eres mi único hijo y por tanto has de preservar mi apellido casandote con una mujer que te de un hijo” cuando el chamaco apenas tiene diesiseis y además es gay. He ahí entonces, otra de las libertades que mutilan el derecho eligir.

No muy lejos de ahí, están las religiones que hablan del amor como un Dios absoluto y divino por omnipotencia y no porque este sea aquel que todo lo sabe y que por tanto todo debería entenderlo y tolerarlo. Una vez más, un paso hacia atrás en el camino de la paz mental, del libre albedrío. Me resulta vergonzozo que haya quienes teman a Dios y piensen que creer el hecho de su perfección les puede dar algo de eso que ellos no pueden encontrar en sus almas propias porque no quieren o simplemente, no pueden. El mal existe y es alimento de la vida porque nada tan bueno como luchar por la felicidad de uno pese a la oposición de los que dicen tener la mano de Cristo de su lado, todo es un balance, ni tan bueno ni tan malo y después de todo ¿qué es eso? Me atrevería a decir que únicamente existen personas inteligentes y otras tantas; absolutamente pendejas ¾que delito!

Ahora bien, ya que me he quitado pelos de la boca, debo decir que el lenguaje es el artefacto liberador más característico y dador de genialidad que posee el hombre ya que nos regala don único de la palabra: la habilidad de discutir, de discernir, el derecho a demandar satisfacción o exclamar inconformidad. Pero es también un arma de doble filo y elemento distintivo y adjetivador que muchos no saben utilizar y que pocos se atreven a disfrutar, es quizá como decía Wilde «la absoluta carencia de imaginación y de moral» la que hace que el hombre cometa atropellos incluso contra su misma persona con la sola articulación de una palabra. Creo que fue de Lisa Simpson de quien oí una vez «es mejor pasar por ignorante desapercibido que abrir la boca y despejar las dudas.» Que difícil de verdad y que vergonzoso también. Y nada como saber, hablar y saber hacerlo también, ¡eso es libertad pura!

En este mismo orden de ideas, pienso que la cultura es en gran medida, exclusiva de los que quieren aprender, y de los que pueden acceder a ella claro, pero es la única manera de sentir una libertad autónoma de satisfacciones personales. Es fácil identificar que con la palabra empieza en nosotros un sistema de entendimiento y creación de lo que más adelante podemos llamar voluntad; desde el simple lloriqueo en reclamo de alimento cuando recién nacidos, a la formulación de nuestras primeras palabras que conllevan también la deliberación de nuestros actos; aquellos que no necesariamente tienen que ser correctos o acertados para ser considerados acciones ya que muchos obedecen a necesidades biológicas incontrolables y otros tantos producto del verdadero libre albedrío aun no domado por la conciencia nuestra.

A raíz de esto empieza entonces el proceso de valoración de nuestra conducta, es momento en que nuestros padres y adultos semejantes dictaminen para nosotros lo que está bien o lo que está mal, lo que debemos hacer y lo que no, lo que podemos aspirar a ser y lo que es simplemente una prohibición de nuestro tonali. Se te enseña a caminar pero no puedes correr mas allá de donde un adulto pueda supervisar, aprendes a pedir alimento pero no puedes comer tanto como quieras, luego pues empiezas a ver la televisión pero también hay reglas para lo que puedes ver. Te enseñan a persignarte y a creer en la fe pero no te explican en que consiste el acto de creer y si cuestionas sólo te dicen que así y ya.

Y así es, hay cosas que por cuestiones de religión o norma social somos incapaces de decir o ejercer libremente, ya que lo que es bueno para uno no lo es para otro, ahí la cosa. Es por eso y por lo que he mencionado hasta ahora que argumento que no todo cuanto hay en la vida es susceptible de ser deliberado como dijo Aristóteles pues desde el inicio nunca ejercemos esta libertad de ser y hacer lo que queremos, en la mayoría de los casos ya nacemos judíos o cristianos, ricos o pobres, enfermos o superdotados, y no es una cuestión que recaiga precisamente en la genética sino en previas elecciones que nuestros antecesores hacen por nosotros. Ahora, claro que existe la mala elección y la maldad por elección, no creo que sea una característica que determine una célula loca o un trastorno sicoemocional, porque entonces la bondad tendría que tener el mismo fundamento, no podemos tampoco decir en ese sentido que Dios hizo a las serpientes y a los tiburones y los volcanes o los dientes de un león en un momento de desvarío mientras que al crear al hombre o las flores se deshacía en plenitud. En fin, todo inventamos.

Podría pasar paginas enteras ejemplificando nuestras libertades y no libertades pero es fútil porque el hombre jamás podrá ser libre absolutamente a menos que aprenda a ser independiente total, ya sea de alimento, sentimientos, casa, o mera biología y no es la cosa. Necesitamos ayuda porque solos y “libres” nos moriríamos. Así que mientras tengamos dependencias innegables y características de nuestra condición humana, hay que ver por lo podamos elegir: ya sea que comer en el desayuno o que leer en el camino de regreso a casa, como vestirnos y como hablamos, quien nos gusta y que detestamos, que pensamos y como caminamos, que hablamos y que callamos, con quien acostarnos o lo que sea que gire en torno a ser felices sin que otros nos digan que no es correcto porque después de todo; de ser nosotros mismos si somos libres completamente a menos que nosotros mortales no queramos. ¡Elijan ustedes!

[1] Libertad, de Aquí, Julieta Venegas, 1997.

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