viernes, 22 de agosto de 2008

más de Mi Cuarto Parlante I


miércoles


la casa me habla

y sabe de ti

cuando de noche sueño

mi pene y la casa...

¡hablan!

cuando de noche pienso

al día me vuelvo

y la pared canta

si duermo canta

sabe de mi

y me vengo

a despertar

sudando...

la cama murmura

y sabe a sal


pero qué dices?

si me tocas

te mato


esta casa canta

y mi cuerpo es instrumento

me quiere tocar

pero

no dejaré

cuando la mañana

venga

la haré ceder 


me turba

y más turba la mano

que abraza esta casa


no puedo dormir

miércoles, 20 de agosto de 2008

Mi Cuarto Parlante I

la silla


ésa silla mecedora

¿cómo aguanta?


en cuatro patas

¿cuántas patas carga?


silla,

¿no te cansas?


un apoyo

o el sostén

necesitas bien,

también


amor de asentaderas

amor y cesación


esta pregunta

no contesta


¿por qué lo que eres,

sólo te permite estar?


cosa

chistosa,

mi bien:

también.


sábado, 16 de agosto de 2008

GABO LAVERN Y SUS CUENTOS DE HORROR (parte 4 de un set de 5)

Luna Lavern (4/5)


El verano es buen momento para renacer. Eso pensaba Luna Lavern y no estaba tan equivocada. Fue el verano el que una vez le arrebató a sus padres en medio de la tormenta y era el mismo que en otro año le había traído a Gabo. Estaba sentada junto a la ventana de su casa tejida de hilos cuando el niño salió de entre los arboles, traía una sonrisa enorme en la cara y parecía venir cantando algo. "¿Por qué tan feliz?", preguntó Luna. Él la miro un momento y entonces dijo, "porque vine a conocerte". Ella se sonrojó como nunca y se enamoró para siempre.


Era una chamaca hermosa, con la piel de canela y una cabellera abundante de rizos que a la luz del sol destellaba un color rojizo. Tenía los ojos como la miel y diminutos como dos mariquitas, su mirada era cálida y de una coquetería inmensa. Llevaba un vestido verde con piedritas de colores por todos lados y unos zapatitos rojos repletos de brillos de lentejuela. Tenía un modo singular de caminar, como si patinara sobre el agua y diera brinquitos repentinos para no caer. Sus manos eran chicas pero hábiles y aunque su voz era un poco ronca, amaba cantar los días enteros y tenía la peculiaridad de componer las rimas y sonidos más extravagantes que jamás Gabo hubiera escuchado. Era una eterna soñadora y transcurría su vida al interior de esa pequeña cabaña junto al riachuelo que por ahí pasaba. Conversaba con todos los animales del bosque y aunque estos nunca le contestaban sabía o tenía la creencia, de que la entendían perfectamente.


Los niños se quedaron un rato contemplándose y luego de miradas ruidosas y silencios contemplativos finalmente se presentaron:


"Mi nombre es Lu... Luna Lavern, ¿tú cómo te llamas?"

"Yo soy Gabo", contestó orgulloso.

"¿Gabo?, ¿sólo Gabo?"

"Sí." Reafirmó él.

"¿Gabo Bogabo... Gabo Gaboga... Gabodogabogodabogado...?", insistió.

"¡No!", exclamó él, puso cara de puchero y se echaron a reír.

"Ven, tienes que ver esto", dijo ella y tomando al escuincle de la mano lo llevó entre arbustos y rocas por las que se deslizaban como pequeños delincuentes.


"!Shhhhh! No hagas ruido que nos van a descubrir". Uno se tropezó y cayó a un charco de agua puerca, el otro se estiró para sacar al primero pero también resbaló y luego para acabarla de amolar les cayó encima un nido de pajaros. ¡Era un escándalo! Se tapaban las bocas para contener las carcajadas. Traían plumas pegadas por todos lados y caminaban cual pingüinos muy agarraditos de la mano. Era el cuadro más absurdo y extraño que los sauces hubieran visto en toda su vida. Las ardillas desde las ramas murmuraban y entre las plantas, el cuchicheo de los grillos también se escuchaba. De pronto la noche los sorprendió y al fin llegaron.


"Espera, es aquí."

"¿Dónde?, preguntó Gabo que no vio nada en ningún lado.

"Ahí...", dijo la niña señalando un montoncito de tierra.

"No veo nada," replicó él con su carita de ojos entreabiertos.

"Ya sé, pero escucha," y ambos se quedaron callados.


"...tuntuuuun,

    tuntuuun...

    tururururu...

    tururururururururú...

    tundu...

    tundu...

    tundu..."


Ese era el sonidillo que de la tierra emergía.


"¿Qué es?", preguntó atónito.

"Es un circo de pulgas y la función acaba de comenzar."

Gabo la miró como diciendo "vaya que está loca" y echó una carcajada enorme que Luna alcanzó contener con sus manos.

"¡Sí, sí es!" le dijo, sacó una lupa de uno de sus bolsillos y se la dio.


El niño regresó a ver -esta vez a través del lente- y no pudo creer lo que tenía enfrente. Había un pianito y violes, tambores, guitarras diminutas, una pista, columpios, carritos, miles de pulgas aplaudiendo y otras tantas brinque que brinque al centro del escenario. De pronto se prendieron cientos de foquitos de colores y fuegos artificiales en miniatura empezaron a saltar por encima del pedazo de tierra que efectivamente era un circo.


"Algún día quizás -agregó Luna- podré llevarte a un circo de verdad." Al niño se le llenaron los ojos de lagrimas y dijo con una sonrisota: "mientras tanto vamos a brincotear como pulgas hasta que amanezca que esto apenas va a empezar" y los dos chamacos se pusieron a saltar como dementes al ritmo que la banda de pulgas tocaba y silbaban un corito que más o menos iba así:


"...uhuhuhuhuhuh

    uhuhuhuhuhuh

    uhuhuhuhuhuh

    uhuhuhuhuhuh

    uhuhuhuhuhuhuhuhuhú..." 


Sin darse cuenta les amaneció sobre las cabezas y el circo fantástico de piojos se había marchado. Se quedarón dormidos abrazados uno al cuerpo del otro hasta que las aves de la mañana hicieron tanto ruido con sus cantos que tuvieron que levantarse. Estaban hambrientos así que regresaron a la casa montados en un caballo morado que pasó por ahí y que se ofreció a llevarlos a cambio de un desayuno. El viaje duró algunas horas porque el caballo era distraído y a menudo terminaba cabalgando en círculos pero no importó, el tiempo fue ideal para que Luna le contará la historia de su vida y para que el niño con los ojos del universo se perdiera en las historias que ésta inventaba.


Luna había llegado de lejos cuando muy chica, sus padres eran una pareja de costureros que hartos de la vida urbana decidieron criar a su primogénita apartada de la polución y la perversión de la que una vez habían sido parte; cuando su madre hizo dedicarse a cantar boleros en los más famosos cabarets del mundo en transición, sí, su madre era André Gaba, esposa de Luis Lavern, quienes habían desparecido en medio de una tormenta una tarde que salieron a recolectar frutas para la cena. El padre, había corrido con suerte ya que un mal golpe lo arrojó al río donde se ahogó sin más, por su lado, la mamá de Luna, habiendo logrado escapar de la tormenta se adentró en lo profundo del bosque hasta no poder reconocer donde se encontraba, un día fue a dar al patio trasero de un casona amarilla en un pueblo distante, donde tuvo un final peor que el de su querido esposo. Así pues, la niña se quedó sola de un día para otro, teniendo que aprender a valerse por si misma y con los hilos que formaban su casa como sus únicos amigos y haciendo del destino su padre y una madre también. 


Por fin llegaron a casa y pudieron entrar a descansar un poco, el caballo se quedó afuera tomando agua y la niña se dispuso a preparar el desayuno mientras Gabo reposaba en una cama, ¡un cama!, tenía tanto sin dormir en una que la amó casi tanto como sintió que empezaba a amar a Luna. El cuartito estaba lleno de cosas maravillosas: cuadros pintados por gente de nombres impronunciables, acetatos, libros llenos de letras que Gabo no entendía... "esto debería traer dibujos" pensó y vio que a la ventana le faltaban cortinas y que el techo estaba descarapelado, el piso era de madera pura pero no tenía chiste. Imaginó todas las cosas que iba a tener que rediseñar y le emocionaba muchísimo la idea de tener un lugar para quedarse ya. Muy lejos de sus pensamientos había quedado la vieja Aurora y las historias de horror que había vivido antes. "Aquí me voy a quedar," pensó ilusionado: "lo demás ya no importa" y en eso Luna gritó "la comida está lista, vengan a comer". El chamaco dio un brinco en la cama y corrió hasta el comedor donde el caballo amigo ya esperaba muy sentado en una de las sillas.


"A comer," dijo Luna y dio la primer mordida a uno de los pancakes que había servido. El caballo que estaba hambriento se comió un plato completo de los dulces panecillos casi de un sólo bocado pero Gabo decidió empezar con el jugo. Entonces, la niña que lento comía preguntó al amigo en cuatro patas: "¿están deliciosos, verdad?, me los obsequió una amable viejecita que pasó por aquí hace unos días, la pobre venía herida y con las ropas desgarradas, le di un poco de comida y  cocí sus vestidos, luego echó en su espalda el carruaje con el que había llegado y antes de partir me obsequió una canasta llena de panes, me dijo que estaban duros pero que con una metida al horno volverían a ser suaves..." El vaso de naranjada que el niño sostenía con la mano cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos seguido de un gritó: ¡Aurora!


Efectivamente, la abuela desgraciada recuperó la canasta de pancakes de la escena del crimen misterioso en que había muerto Julieto en la desde entonces llamada Jarrilandia. Cuando la vieja vio su carruaje encima del perro y encontró la canasta a su lado, entendió porque su nieto seguía vivo y por una intuición endemoniada que tenía decidió llevársela pues presintió le serviría más adelante. Y así fue, Aurora se enteró en palabras de la propia Luna de quién era hija, y en razón de una venganza sin sentido y motivada por los celos entregó a su ayudante los panes cuyo relleno contenía veneno y arañas hambrientas en crecimiento.


"¿Quién es Aurora?", cuestionó la pequeña con la voz inocente y cálida que la caracterizaba.

"La vieja... ¡Esa maldita vieja que te dio los pasteles!"


Fueron apenas segundos los que tuvo el niño para relatar su historia cuando de la nada el caballo morado comenzó a convulsionarse por efecto del tóxico. Lo más aterrador fue que casi en el acto, de sus entrañas brotaron decenas de arañas que se lo devoraron en cuestión de minutos cuando este aún estaba medio vivo. Los novios salieron corriendo de la casa con el alma en hecha clavos. 


"!Luna, Luna! ¿Cuántos te comiste?", exclamó Gabo.

"Sólo uno," contestó con el rostro como una piedra.

"Podría ser suficiente, tenemos que ir a que te den algo."

"A unas millas siguiendo el riachuelo hay un curandero que hace pócimas mágicas que todo lo curan" dijo ella en lagrimas. Entonces sacó de una de las bolsas de su falda un pedacito de tela el cual comenzó a desdoblar y siguió desdoblando hasta que tuvo una sabana grande de cuadros de colores con la cual Gabo dibujó un barquito y se echaron río abajo.


Los minutos transcurrían rápido y el niño hacía todo por navegar a toda velocidad entre las piedras que conformaban el camino de agua que los llevaba. Luna yacía amarrada a su espalda con dolores desde lo profundo de la carne, sentía que el mismo infierno se prendía y extendía por dentro y la respiración corta poco a poco la cegaba. En su aluciné cantaba: "Gabo Bogabo... Gabo Gaboga... Gabodogabogodabogado", y se reía y lloraba y repetía una y otra vez, "Gabo, Gabo sólo Gabo... no, Gabo sólo Gabo es muy triste, como un Gabo sin pasado... no Gabo, tú eres mi Gabo, te puedes llamar Gabo Lavern, sí; ¡Gabo Bogabo... Gabo Gaboga... Gabodogabogodabogado no! ...Gabo Lavern."


Él la abrazaba y escuchaba los violines de mil canciones en su cabeza y el corazón que parecía se le iba a salir se le partía a tajos con cada palabra susurrada. Sus ojitos no eran capaces siquiera de reflejar el agua que a cuenta gotas se le escapaba y rasgaba también su rostro hermoso. Jamás había sentido tanto miedo en su vida y cada que la niña le preguntaba "¿ya llegamos?" éste decía "ya casi" con la voz entrecortada que salía de la garganta suya que era un nudo. No quiso voltear a ver y sólo escuchaba a Luna en su desvariar que a medida que se aproximaban adónde el curandero se hacía menos insistente. Cuando tuvo fuerzas para mirar hacia atrás y decir; "ya llegamos" lo único que vio fue a su amada aferrada a su espalda convertida en estatua de invierno.


"¿Luna?", dijo el pequeño con voz quedita.

"¿Luna...?", repitió apachurrandole las manitas, "ya llegamos." Pero la niña nunca más habló. Estaba muerta.


Nunca en toda su vida, Gabo pudo explicar el dolor que sintió en ese momento. Tomó a la niña de sus sueños en su brazos y como piezas de rompecabezas que un día se encuentran y deciden juntarse se quedaron pegados una noche entera. Lloró tanto el chamaco que el pequeño riachuelo por el que habían llegado se convirtió en un río gigantesco de una corriente incontrolable que inundó el bosque matando a cientos de animales. A la mañana siguiente, recojió el cuerpecito de Luna y lo enterró cerca del espectáculo de las pulgas aquellas para que la música circense la arrullara y así pudiera descansar por siempre. Tomó el barco de tela que hizo antes, un silbatito que encontró en el bolso de la pequeña y se echó al río, el cual lo llevó lejos muy lejos de aquel lugar adónde a partir de entonces todo mundo lo conocería con el nombre ilustre de Gabo Lavern.