martes, 22 de julio de 2008

GABO LAVERN Y SUS CUENTOS DE HORROR (parte 3 de un set de 5)

El Destino de Julieto 


Doce lunas llenas pasaron antes de que Gabo volviera a tener noticias de Julieto y las travesías mágicas que vivió después de la huida desesperada que los había separado, pues los murciélagos que cargaban al niño por los aires aquella noche en que se quemó Oberón; le habían jugado una broma pesada y abandonado en un risco lejano del cual tuvo que descender con cautela y apoyado por una escalera gigantesca hecha de ramas secas y un montón de piedritas que le tomó meses recolectar ayudándose únicamente por un millar de hormigas negras que vivían bajo la piedra que tuvo por cama todo ese tiempo.


Julieto a diferencia, no la había pasado mal pues tras correr y después caminar por días y noches enteras y de que se le acabará el río en que los amigos habrían de encontrarse, llegó a un bellísimo cañón habitado por perros nada más. Los había de todos colores, razas, sexos y tamaños -aunque predominaban los de características miniatura. Era un lugar con el que cualquier canino hubiera podido soñar; con montones de baños al aire libre y cuevas oscuras en exceso para abrigarse del frío o simplemente disfrutar de un momento a solas. La comida, que se podría suponer sería un problema era el recurso más abundante del que gozaban, había árboles de todas las frutas del bosque y del campo y de la selva... todas conviviendo en un mismo clima, albergando deliciosos roedores, pequeños reptiles e insectos de una variedad harta. Cuando el perro vio ante su ojos de rana el maravilloso mundo que se abría ante él quedó atrás el recuerdo de las desventuras con la abuela malvada y su único lazo con lo que alguna vez conoció era la canasta de pancakes duros que celosamente su amigo humano le había encargado.


Fue sólo cuestión de minutos para que una vez entrado en el cañón, Julieto consiguiera un lugar para echarse y descansar. Dicen algunos que durmió cuarenta días antes de poder levantarse y echar raíces. Estaba exhausto pero luego de su hibernación, lo primero que hizo fue sembrar el campo y se juntó con trece cachorras de diferentes razas teniendo de una sola vez, setenta y tres hijos, a los cuales no hubo tiempo de nombrar. Al primero que salió le puso Jarro, a la que por poco muere al nacer la nombró Jarra y a un despistado más que llegó sin avisar, Jarrón. Los otros setenta hermanos se llamaron Julietos: Julieto I, Julieto II, Julieto XXI y así consecutivamente hasta el último, al cual ingeniosamente llamó Julieto El Último. Parecía tan absurdo pero en realidad era complejísimo. Las perritas esposas tenían nombres simpáticos también y ese siempre fue otro dilema pero eso no es importante sino lo que vino después.


Una mañana, un niño de ojos como el cielo descendió en el cañón desde la montaña más alta montado en una escalera improvisada. La sorpresa de la comarca canina fue inmensa al verle y hubo hasta un perro que otro que del miedo se orinó. Cuando el niño puso el primer pie sobre la tierra los sabuesos más bravos ya estaban dispuestos a atacar pero entonces se le ocurrió preguntar: "¿alguno de ustedes ha visto a mi amigo Julieto? ...es un perro chistoso con orejas de chango..." y soltó una sonrisota adorable que encantó a todos. Y no eran precisamente las chapitas rosadas de los cachetes blancos de Gabo las que lo habían salvado de ser devorado sino ese don envidiable de poder comunicarse con los animales. Era algo que nunca habían visto los perros o que no sé habían dado el tiempo de averiguar antes y que los tenía hipnotizados.


"Gabo, ¿acariciarías mi lomo?" dijo un cachorro.


"Señor Gabo, ¿puedo lamer sus manos?" insistía otro ya más viejo.


"Gabo, ¿eres un perro también o por qué puedes hablar con nosotros?" cuestionó una perrita de color morado que se había acomodado en su regazo.


Fue tal la algarabía por el chamaco que el día entero pasó conversando. Después de todo, las hormigas con las que había convivido por un año no eran las mejores conversadoras. Ellas puro trabajo, puro trabajo puro. A la mañana siguiente, cuando finalmente tuvo a su viejo camarada Julieto frente a sus ojos, estaba muerto de cansancio así que se acurrucó en la panza del semental y se quedó dormido una semana. ¡Se había vuelto tan perezoso desde que conoció a las hormigas que cuando dormía no había poder humano que lo despertara!


A unos días de ahí, en medio de un calor del demonio y seguida por una manada de gatos salvajes fue como reapareció Aurora; jalaba ella misma el carruaje en que llevaba sus preciados vinos y los gatos que una vez la habían salvado de la hoguera ahora la perseguían por el valle como guiados por el diablo. Resultó que en aquel tiempo cuando lo del incendio en Oberón, la abuela se sumergió en un bosque enorme donde vagó junto con los felinos por semanas que se convirtieron en meses hasta que un buen día encontró una comunidad habitada sólo por gatos donde al fin pudieron descansar. Lo malo fue que la abuela estaba tan hambrienta tras de semanas de ayuno que se comió a uno que otro gatito de los que vagaban por ahí y esto desde luego enfureció al pueblo sin contar que sus gatos lacayos habían relatado el suplicio por el cual los había hecho pasar tirando del carruaje sin dejarlos descansar.


Total que los gatos que no eran nada tontos atendieron a la vieja con una amabilidad grandiosa y esa misma noche mientras ella dormía entró en su dormitorio un comando de felinos dirigido por un tal Leopoldo Malacara quien ordenó atar a la anciana y llevarla en su carruaje junto con los vinos, prenderle fuego y una vez encendida arrojarla por algún acantilado. !Eran malos esos gatos! 


Todo se hizo acorde al plan. Mientras Aurora dormía le dejaron caer una piedra sobre la cabeza y una vez inconsciente la amagaron y subieron al carruaje; iba acompañada al menos de unas cuarenta crías de gato que tuvieron la tarea de arañarla todo el trayecto pero Aurora era tan vieja y su piel tan arrugada que parecía plástico y las garras de los gatitos sólo le provocaban cosquillas así que en lugar de seguirla haciendo reir se pusieron a morderla pero tenía tan mal sabor que varios animalitos se intoxicaron en el momento. Hubo entonces que ser más drásticos y decidieron ponerla a jalar el carruaje. La amarraron un poco de todos lados, le pusieron un collar y entonces los gatos tiraron de ella mientras Leopoldo Malacara la azotaba sobre sus hombros. 


Algunas aves que pasaron volando y presenciaron el viaje, encontraron la imagen perversa e inhumana pero sólo le estaban dando el mismo trato que ella les había regalado antes, por lo que dicho y hecho ya estaban a manos. Así pues, el castigo se prolongó el mismo número de semanas y luego meses, que le había tomado a la vieja llegar a la comarca de los gatos y cuando al final salieron del bosque se encontraron cerca del cañón donde Julieto ahora tenía una vida nueva y Gabo dormía la siesta ese día. Lastima que los gatos tuvieron un momento de debilidad y dejaron descansar a la abuela, la cual no dudó un segundo y hábil logró desatar sus garras y patas de los lazos ya gastados con que la sujetaban. Mientras la manada de gatos gozaban de un baño, Aurora tomó las riendas del carruaje otra vez -porque no podía dejar su vino- y comenzó a correr. Los gatos enfurecidos fueron detrás ella pero el cañón ya estaba demasiado cerca y de pronto el piso se les acabó.


Abajo, Gabo tenía un ratito de haberse despertado y andaba recolectando fresas para Julieto que seguía dormido quizá por el cansancio de haber tenido al niño recostado en la barriga una semana entera. Fue por eso que nadie advirtió a tiempo lo que pasaría, sino que unicamente se escuchó el golpe y entonces ya era demasiado tarde. La maldita abuela junto con su carruaje habían caído sobre el perro de los setenta y tres hijos matándolo casi instantáneamente y a su alrededor todos los gatos esparcidos como mermelada formando un círculo de viseras y pelos necios. Cuando el niño volvió, la vieja había huido, por lo que nunca supo exactamente que pasó e incluso llegó a pensar que todo era su culpa. Había pasado tanto tiempo recostado sobre el estomago de su amigo que quizá este se detuvo y una vez dejando de funcionar Julieto no pudo digerir más y tarde que temprano se ahogó con algo que comió; esa era una de las hipótesis de Gabo que envuelto en llanto contemplaba al perro más raro que alguien antes hubiera dibujado. Se sintió tan culpable que tuvo que hacer algo para reparar el daño.


Jarrilandia fue el nombre con el que Gabo bautizó a la ciudad de los perros. Su talento imaginativo y de proyección de las formas y el color le sirvieron entonces para diseñar algo así como una feria para que los hijos de Julieto y todos los caninos del cañón pudieran vivir felices y de este modo reparar lo que pensaba había fracturado. Dibujó y pintó toboganes a lo largo y ancho de las dos montañas que conformaban el plano, acondicionó los arboles para que estos siempre dieran sombra y sirvieran también como trampolines para ir de un lado a otro. Puso escaleras, trazó puentes, esparció arena y acondicionó playas de lodo, había sube y bajas, una montaña rusa, elevadores y edificios forrados de peluche para pasar las noches bien abrigados.


Era una cosa hermosa y difícil de describir lo que el chamaco hizo con el hogar de los perros pero su cabeza loca lo había previsto todo y aún no estaba satisfecho. La última tarea del niño fue diseñar tenis para todos. Sí, pensó que diseñar zapatos tenis sería de gran utilidad ya que de ese modo no sólo andarían más cómodos los cachorros en su nueva casa sino que de igual modo se evitarían fracturas, pisotones y peripecias de ese tipo que entre caninos son tan comunes. Después los tenis tuvieron tanta popularidad entre los animales de la región que Gabo se quedó un año completo en el bosque calzando a todo animal que se lo pedía. Sintió pues que el destino de Julieto había sido convertirlo en un gran diseñador de la vida pues a partir de ese momento sus ojos no volvieron a funcionar del mismo modo. Iba entre los árboles, arroyos y montañas corrigiendo o reconstruyendo todo aquello que creía inconcluso o que necesitaba arreglo. Su vida entonces comenzó a llenarse de colores y a formarse como un cuento donde los dibujos y sonidos provocaban emociones con la magia de sus ilustraciones. 

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