lunes, 21 de julio de 2008

GABO LAVERN Y SUS CUENTOS DE HORROR (parte 2 de un set de 5)

Aurora


"La Ilustrada" era el nombre de la nueva taberna del pueblo, tenía la fachada pintada de amarillo y a su entrada colgaba un letrero que decía: "cruzada ésta puerta, lo que hubo atrás no existe ya...". Era una mansión espléndida, cubiertas sus paredes con los discos de cuatro mil pueblos en ochocientas lenguas diferentes. Tenía diversos niveles que se conectaban por medio de escaleras y túneles maravillosamente decorados con carteles de los más grandes y espectaculares cabarets del mundo. Las meseras bailaban por todo el lugar en vestidos de la época de la Ilustración Francesa y no había un solo lugar donde no cupiera la fiesta. Cincuenta y dos violinistas dispersos entre los dormitorios y Aurora postrada con su cuerpo de vaca sobre un piano enorme que estaba en el centro del salón principal de la casona. Una copa de vino en la mano y el cigarro en la otra. Pasaba las noches completas interpretando versiones sin guitarra de sus amados boleros de André Gaba, a quien por una casualidad siniestra tenía amarrada a una de las tuberías del sótano de "la jaula"; como le apodaban al antro las mujeres de Oberón.


La vida antes de la Señorita Aurora -como se hizo llamar a su llegada, fue tranquila y de nulos acontecimientos. Oberón era la última región de la tierra de los sauces llorones y se caracterizó siempre por ser el mayor productor de uva que cualquiera conociera. Una cualidad que la anciana supo aprovechar al idear la elaboración de los vinos que harían de su sueño de instalar su propia taberna una realidad y que años más tarde serían los mismos que la arrastrarían a su desgracia a causa de un descuido estúpido.


Un día, no muy lejos de donde estaba la casa amarilla caminaba un niño precioso de pies descalzos que llevaba meses deambulando entre los sembradíos del valle y alimentándose únicamente de frutas e insectos; consigo traía una canasta de pancakes duros y el firme propósito de devolverlos a su abuela maldita quien lo había abandonado junto con su hermanita en medio de la nada el día de sus cumpleaños número diez. Gabo era su nombre y durante el tiempo que duró su viaje por los cerros que formaban el valle del ósculo no había tenido contacto con ningún otro ser humano por lo que por mera necesidad y muy a su favor había desarrollado la habilidad de comunicarse con los animales. Precisamente de ese modo era que estaba por terminar su vagar sin sentido, pues gracias a la buena orientación de un perico verde bien parecido de plumas alborotadas; había encontrado el camino de llegada a Oberón, donde esperaba encontrar a Aurora.


Los meses que pasó a solas platicando con las criaturas del campo, le habían servido también para entender muchas cosas sobre la vida. Un pájaro le dijo una vez: "no podemos olvidar lo que somos o lo que fuimos en un día" y Gabo pensó entonces que su destino lo llevaría a la abuela y que tarde o temprano recuperaría el tiempo que ésta le había robado. Otra ave le explicó: "si un día sientes que pierdes color, no temas demasiado... que el color de mis plumas ha cambiado a través de lo años, se ha vuelto más intenso y se ha aclarado de vez en cuando pero nunca ha muerto, así tú... el tiempo te pintará pero serás tú quien decida que color llevarás en tu piel el resto de tus días.." y el niño dedujo que la vida en algún momento le pediría tiempo para él. "Todo es cuestión de tiempo" agregó un búho y la cabeza del chamaco se hizo una ruleta de preguntas que no pudo contestarse en ese momento pero que lo llevarían muy lejos años más tarde.  


Así pues, ahora el destino le cruzaba a la vieja en su camino sin rumbo y el camino se hizo estrecho pero al fin llegó y lo primero que vio al entrar por la calle principal del pueblo fue "La Ilustrada"; dibujada magnifica y con una calma sólo equivalente a la del bosque por las noches, que era precisamente el momento del día cuando el lugar explotaba en algarabía y un devenir de excesos. Gabo no hizo mucho caso y siguió caminando por las calles empedradas que lo llevaron hasta la plaza principal donde encontró un ratón rosado con sombrero y saco con el que se quedó platicando las horas.


Mientras tanto, en la casa de las noches de bolero, la viejecita contemplaba tranquila el rostro horrorizado de André Gaba, que atada a un tubo oxidado se retorcía desde hacía dos días; momento en que la Señorita Aurora la había pillado en el patio trasero de la propiedad robando uno de sus más preciados camisones. "¡Ahorita me las vas a pagar!", le gritó sorprendiéndola por la espalda con un golpe en la cabeza que la dejo inconsciente facilitando la arrastrara hasta el rincón donde ésta mañana meditaban su destino. Desde luego, la vieja no tenía idea de quien era la ladrona. "¿Qué voy a hacer contigo, querida mía?", le dijo a la cantante sosteniéndola del cuello. En ese instante sonó el timbre de la casa, así que tuvo la Señorita Aurora que aventar su presa a un viejo armario para subir y atender la visita inesperada. Se trataba nada más ni menos que de Julieto, el perro maravilloso con orejas de mono y los ojos de rana que había abandonado a su suerte el día que emprendió su viaje hacia su nueva vida en Oberón.


"¡Julieto!," exclamó la mujer y como un balde de agua helada le cayó sobre la cabeza el recuerdo de sus nietos prestados y la mala broma que les había jugado. "¿Y si están vivos?" -se preguntó. "¡Maldita sea! Debí matarlos yo misma con estas manos", dijo para sí misma, dándose la vuelta y azotando la puerta en la cara del perro; quien guiado por el olor de las empanadas de uva que vendían en la plazuela del pueblo llegó hasta el punto dónde Gabo se hallaba luego de permanecer unos minutos frente a La Ilustrada esperando a que la abuela regresara y lo invitara a pasar.


Para la hora en que estos extraños sucesos ocurrieron, el niño forastero ya había orquestado un plan siniestro para dar una lección a la abuela y así vengar la muerte de su hermana Andrea. Condeso, el ratoncillo con el que llevaba medía día platicando y quien trabajó en algún tiempo en "la jaula" como cocinero de Aurora; había contado a Gabo las aventuras y desventuras de la vieja desde su llegada a Oberón. Le habló del vino, las noches de bolero y la increíble historia que había relatado a los habitantes de la aldea. "Decía venir de la gran ciudad y huir de sus nietos desalmados que al verla envejecer habían decido deshacerse de ella una noche de julio en la que gracias al favor de Dios y la ayuda de un perro de extrañas características había podido escapar", esas fueron las palabras exactas del ratón que lejos de conmover al niño provocaron en su interior una rabia desquiciada. Julieto llegó a tiempo para escuchar el final del relato y luego de devorar de un bocado al roedor contó a Gabo como había logrado escapar de aquel infierno en la casa con olor a pancakes por las mañanas. Al parecer había otra puerta de salida, una que conocía perfectamente Andrea pero algo salió mal y Julieto había corrido con suerte pero esa era otra historia.


Una vez despierta la noche y con la afluencia de pecadores a la capacidad máxima de La Ilustrada. El espectáculo comenzó. Salió al escenario una Señorita Aurora un tanto más estilizada y con el rostro cubierto con un antifaz de piedras verdes y lentejuelas moradas a cantar el primer bolero de la noche:


"...las noches, transcurren blancas

 el viento, las torna frías...

 y tú... tú no sabes querer;

 como yo me enamoré...

 de un pobre vagabundo

 ayer, cuando yo te conocí..."


Como nunca antes, la voz de la abuela encendía las entrañas podridas de la centena de hombres que presenciaban el acto. Su canto divino parecía ser el de otra mujer y La Ilustrada tenía el fervor de las noches de Paris con las que Aurora había fantaseado toda su vida. Al exterior de la mansión, un ejercito de murciélagos enfilados sobre las ventanas y techos del inmueble, recibían las instrucciones de un Gabo guerrero rodeado de centenares de botellas de vino que Julieto previamente se había encargado de vaciar por todo la casa y su terreno anexo. Unos metros abajo y galopando a toda velocidad, un carruaje repleto de cajas con el fruto fermentado de las uvas del pueblo se alejaba por una vereda tirado por veintiún gatos de diferentes tamaños. Los jalaba un bulto envuelto en terciopelo negro guiándolos hacia la parte más oscura del bosque. Era un timbre postal la imagen bizarra que se desvanecía a medida que se alejaba de Oberón entre aullidos de lobo y el silbar de los murciélagos. 


Llegada la media noche y con el número de Aurora en su clímax irrumpió en la taberna el ejercito comandado por Gabo arrasando con todo cuanto había a su paso: los cuadros preciosos traídos de países distantes, los muebles de maderas finas del trópico y el centenar de tapetes bordados a mano que un cliente oriental de la casa había obsequiado a la vieja por sus favores y complacencias. La muchedumbre desesperada corría en todas direcciones buscando salida pero eran inútiles los esfuerzos, afuera yacía Julieto con una caja de fósforos entre sus patitas contemplando el muro de llamas que circundaba el infiernito ése. Adentro, por fin tuvo el niño a su abuela adoptiva cara a cara a quién dijo: "que razón tenías abuelita; una vez cruzada ésta puerta, lo que hubo atrás no existe ya y aquí entre tus discos, amigos y vicios te vas a quedar..." y estrellado una botella de vino sobre la ancina ordenó a uno de sus soldados prenderle fuego. Cual fue su sorpresa que al tocar el suelo noqueada y caer de su cara la mascara de lentejuelas vio a una mujer que no era su abuela sino André Gaba. La casa comenzaba a desbaratarse y no hubo de otra que salir en el momento. Una veintena de murcielagos tomó al niño de sus ropitas y lo sacarón por la ventana del piso más alto del edificio.


"No era ella, no estaba aquí, algo está pasando", gritó Gabo en el aire a su amigo de cuatro patas. "Siguenos por el río, tenemos que salir de aquí", agregó y acto seguido el pueblo entero comenzó a incendiarse. La viejecita, que era una cínica había regado alcohol por todas las calles a su salida en aquel carruaje. Bien dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo y la maldita vieja era muy astuta y muy vieja. Los gritos de los niños, mujeres y hombres viajaban en el aire y Oberón completo parecía una sinfonía de lamentos y suplicas entre las llamas. Julieto corría con la canasta de pancakes por el borde del río como sí una manada de lobos hambrientos lo persiguiera. Fue horrible, por poco se le arranca el alma al pobre pero la traía bien sujeta a su peludo pecho. Gabo por otro lado, volaba a toda velocidad llevado por los murciélagos; sentía que una parte dentro de él se quemaba junto con el pueblo, era su corazón. Esta vez las cosas habían ido demasiado lejos. Imaginaba a la abuela en algún sitio del mundo riendo a carcajadas... otra vez.

No hay comentarios: