lunes, 5 de noviembre de 2007

Cuentos del Bosque (1)

Cuentitos que escribí el año pasado..... ¿es necesaria una moraleja? Acá el primero...

Pastel de Amor

“Te comerás a tus padres,” dijo la pequeña del vestido rosa mientras con un cuchillito cortaba en delicadas rebanadas los ojos y los dedos de los papás de Juan. La mesita entera estaba manchada de sangre y la chamaca hipnotizada no paraba de sonreír. Estaba segura que ésta vez había hecho bien las cosas y que todo mundo vería con buenos ojos su jueguito de amor.
Un día antes, sentados en el jardín de la casa, Juan y Ana encontraron enterrado entre la hierba, el viejo libro de recetas de la abuela. Estaba forrado de terciopelo rojo y decía en letras doradas “El Libro del Amor.”
La niña tenía un amor loco por su primito, lo observaba todo el día y se deshacía en detalles con el fin de complacerlo en todo lo que éste le solicitaba. Lastima que Ana era tonta y todo le salía mal.
“Abre el libro,” dijo Juanito con una voz tierna. Con la voz dulce que lo caracterizaba y a sabiendas de que la niña lo amaba.
Ella no vaciló en obedecer y lo abrió justo en una de sus paginas centrales, la cual leía “receta para el amor eterno.”
Juan que era dos años más grande que ella comenzó a leer las instrucciones de la receta. “Ésta es la receta para preparar un pastel de amor” decía el libro. “Deberás conseguir todo el corazón que puedas y ponerlo en la preparación del pastel, mismo que darás a comer a la persona amada.”
“¿Corazón?” Preguntó Ana y la cara de Juan se volvió malvada.
“Sí.” Replicó éste y agregó; “hazme éste pastel que así siempre te querré.”
La niña se puso de pie y corrió hacia su recamara toda excitada y envuelta en dudas que le atornillaban la cabeza. Pensaba… “corazón, un corazón, o mejor dos.”
Esa noche cuando ya todos dormían en la casa, se paró la sigilosa como una rata, bajó a la cocina y sacó de un cajón unas tijeras para cortar carne y un gran tenedor de plata. Subió las escaleras que conducían a los dormitorios y entró a la recamara de sus tíos.
Le cortó una mano a su tía y le enterró el tenedor en un ojo a su tío. Ambos corrían desesperados por el pasillo quejándose de dolor. Pero estaban tan eufóricos que no se dieron cuenta cuando el pasillo se les acabó, resbalaron por las escaleras y de tan fuerte golpe que se dieron, al caer se murieron los dos.
Anita muy contenta los arrastró hasta la mesa, que estaba al final de la cocina y los comenzó a picar. Una vez en los platos y mezclados con la masa, azúcar y un poco sal, metió al horno los corazones rellenos y entonces un rico pastel se olió.
Ya era de mañana y Juan bajó guiado por aquel dulce olor. Cuando entró a la cocina y vio la sangre y tal desastre pensó; “Dios, Anita mató a papá y mamá.” Era un niño malo per evitó reír. Al ver a la niña tan sonriente en la mesa con aquel pastel, no hizo más que decir: “Ay Ana, así nunca te voy a querer, que el pastel se hace con corazón y no de corazón.”
La escuincla nomás se rió.

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